jueves, 7 de enero de 2010

Por qué odio las matemáticas

Hubo un tiempo en el que las matemáticas eran la más sólida base para la ciencia más perfecta jamás pensada: La filosofía.
Constituía los cimientos de la lógica y la razón, elevando así a la mente hasta un punto en el que ya podría deliberar conclusiones inescrutables, como la bailarina que tras años de trabajo y dedicación, sale al escenario sin preocuparse por la técnica que a base de sudor fue fundada en ella, y que ya no podrá olvidar.
Ahora me pregunto en qué momento cambió esto y por qué motivo. Supongo que por la misma causa por la que preferimos el plástico al barro, el materialismo al espíritu o la supervivencia a la felicidad. En el momento en el que tomamos el rumbo equivocado, las matemáticas también fueron arrojadas por la borda.
No critico a las matemáticas entonces, sino a los matemáticos. En ese momento en el que la humanidad yerra, los encargados de enseñar la lógica de esta ciencia, se olvidan de su principal finalidad, de la vía que han de tomar, y como nuestra vida, las matemáticas pierden su sentido.
Ya no nos enseñan el por qué, sino el cómo.
Un 'cómo' que sin 'por qué', pierde el 'para qué'.
Y así perdió la matemática su fundamento. Porque ya no nos enseñan la causa de una derivada, sino las reglas a seguir para obtener un resultado cuya veracidad no cuestionamos, pero tampoco entendemos.
Esa ciencia tan noble de personas inteligentes, tristemente ha dejado de serlo para convertirse en un pasatiempo de tontos basado en aprenderse de memoria unas directrices a seguir. Y las vas acatando hasta que dejas de pensar por tí mismo.

Matemáticos, no volváis a decir que sois la base de la filosofía. Ya no.

1 comentario:

Hilario Abad dijo...

No sé que comentarte a esto. Lo que está claro es que el conocimiento técnico suple hoy en día el conocimiento espiritual, moral, ético, etc. Es la alabanza al "progreso". Progreso tecnológico, por supuesto. Si la vida fuera una película, sería algo así como "2012". Muchos efectos especiales pero muy poca trascendencia. Y no es que no tengamos profundidad. Es que ocultamos tenerla y tratamos de encajar en el molde. Si no seríamos considerados locos.