martes, 22 de septiembre de 2009

Sensación nueva, vida nueva


Me quedo con esta frase: ‘’El latido frenético de un corazón en proceso de cambio’’

Creo que esto va a mejor cada día. No se si estoy cambiando o es que por fin me estoy conociendo a mí misma y ahora me parece todo nuevo. Estoy estrenando cada latido, y vivo en una premiere que parece no acabarse nunca. Me gusta así.
Hoy he descubierto una de mis nuevas, o no descubiertas hasta ahora, características.
Me he despertado con los ojos espesos. La boca pastosa. El cuerpo entumecido. Dolor de cabeza.
El pleno.
Tenía que ducharme, pero como en casa tenemos placas solares y llevamos unos días escasitos de sol, pues el agua estaba a 10 grados. Y no es plan de ducharse a 10 grados. Con lo que me gustaba la lluvia, le iba a coger hasta asco.
También tenía que limpiar y recoger. Y eso no es moco de pavo, porque estaba todo patas arriba.
Estaba asquerosamente sucia, y así no se puede trabajar tranquila. No pensaba ponerme a limpiar con esa sensación de suciedad (una sensación muy merecida, porque la verdad es que apestaba a haberme recorrido jerez entero andando bajo la lluvia después de una clase de ballet). Total, que por todas estas cosas, no estaba por la labor. Me tapé con el edredón de nuevo a modo de solución y me dije para mí misma ‘lo mejor es no moverse de la cama en todo el día’.
Y ahora viene lo mágico.
Después de haber pronunciado en mi fuero interno aquellas palabras, una parte de mí que se había estado asomando estos últimos días pero nunca se había manifestado con tanta claridad, se hizo conmigo.
Dejándome sin voluntad, este ‘yo’ desconocido, me hizo sonreír y reírme de mi misma en la cama, me quitó los edredones bruscamente, me sentó y me hizo decir en voz alta: No soy una cobarde. Me levantó corriendo, me llevó al baño, me desnudó y me metió en la ducha. Entre gritos de euforia, me hizo ducharme (no había sentido en mi vida un agua tan fría), me sacó de la ducha y me vistió con la misma y persistente sonrisa que surgió de la comisura de mis labios cuando estaba en la cama. Luego me llevó a mi cuarto y me hizo recoger todo (aún con la misma sonrisa). Hizo a mi cuerpo que bajara por las escaleras, que recogiera todo, que limpiara y que dejara la casa como los chorros del oro. Nunca había visto mi casa tan lindamente acogedora. Puse muy alta la voz cálida y aterciopelada de esos dos genios llamados 'Simon&Garfunkel'. Abrí todas las persianas que llevaban cerradas meses (no exagero… Incluso algunas podían llevar cerradas años), y dejé que la luz gris del cielo penetrara en toda la casa y todos los rincones. Subí las persianas bien arriba, para poder admirar mi adorada lluvia. Y ahí, en el alféizar de la ventana, me he dispuesto a saborear este nuevo y desconocido latido que ahora comparto contigo.

1 comentario:

Hilario Abad dijo...

No lo había leído antes. Me ha gustado mucho. Un estilo narrativo muy pulcro y unos hechos muy humanos.