viernes, 30 de octubre de 2009

En pleno Ágora

Lo cierto es que los sofistas no tomaron el camino de baldosas amarillas con su relativismo moral. Pero al menos... Se detenían a pensar. ¿Qué más da que estuviesen equivocados? Para eso llegó Sócrates a plantarles en los morros la valentía, esa necesidad de encontrar la verdad, más allá de lo que cada persona crea que sea. Luego fue Platón, y Aristóteles...
Pensaban y meditaban, buscaban algo un poco más profundo y sustancial que los planes para Halloween. El hervidero de pensamientos se concentraba en el ágora, en las academias... Da igual dónde, pero se concentraba, como si de una iglesia de sabios se tratara. Era una comunión de personas preocupadas por asuntos realmente importantes.
Ahora ya no es así. Los pensadores se dispersan, ningún lugar es ya testigo del más ancestral deseo del ser humano: pensar.
Sabemos que los sofistas se equivocaban, también los que defendían la idea del mundo plano, y aquellos que mataban por un Dios, al que creían estar complaciendo.
¿Estoy yo equivocada, también? Posiblemente.
Por eso, ojala pudiera ser filósofa.
Ojala no fuera de aquellos que no yerran, porque no tienen nada que demostrar.

Quiero que haya bullicio en el ágora de mi corazón.

1 comentario:

Anónima Desconocida dijo...

Y volvemos a lo mismo de siempre... No todas las verdades son válidas moralmente, pero, ¿existe una verdad universal? ¿Por qué será que le veo más sentido al relativismo?